domingo, 13 de septiembre de 2009

Vida, Obra y Muerte de Valentín Mancera

Desde su primera gestión presidencial (1876-1880), el principal cuidado del general Porfirio Díaz fue consolidarse en el poder. En el orden político, procuró dominar al Poder Legislativo, que hasta los tiempos de Juárez había sido poderoso opositor del Ejecutivo. Para ello, manejó las elecciones de senadores y diputados de manera que sólo tuviesen acceso a las Cámaras quienes le fueran incondicionales hasta la ignominia, como se decía entonces. Se recurrió al fraude electoral por vía de la violencia, la imposición de urnas, la votación multitudinaria de las mismas personas y hasta la increíble sufragación de los muertos, fuesen niños o adultos, siempre a favor de los intereses y la política de un gobernante enceguecido por la soberbia y la ambición. Como resultado de todo esto, el Congreso decayó completamente para convertirse en un apéndice del Jefe del Ejecutivo, bajo un clima de aparente legalidad y democracia, que una gran parte del mundo reconocía. La misma política fue ejercida en los estados: se i impusieron gobernadores adictos al presidente, de manera que la federación desapareció de hacho y se estableció un centralismo presidencial absoluto, con el Poder Judicial también sometido a las mismas circunstancias.
Entonces si, con la tolerancia de una Iglesia más humana que divina, se decidió someter a sangre y fuego cualquier síntoma de rebelión popular. El presidente mandaba, el ejército obedecía. De esta manera, en 1869, el gobernador de Veracruz recibió el comunicado presidencial de que reprimiera, a como diera lugar, una rebelión que por aquellas tierras se gestaba: “Mátalos en caliente, después averiguas”, era orden girada por el presidente. Y así lo cumplió el mandatario local, quien, sin formación de causa, ejecutó a nueve hombres, el 25 de junio de aquel año. Y así se hizo famosa, extendiéndose por todo el territorio nacional, la perversa e increíble máxima de don Porfirio, la cual solían repetir sus diputados, a lo largo y ancho del territorio nacional, sólo que, a su modo: “Mátalos en caliente, dispués viriguas...”.
De ellos no hace falta decir nada, el propio pueblo los ha descrito magníficamente en letrillas satíricas, improvisaciones de café y sonetos, como aquél, genial, que el poeta poblano Manuel Flores (1840-1885) alguna vez les dedicó:
UN DIPUTADO PORFIRISTA
¿No es mejor que tejer sillas de tul
y que acabar en condición tan vil
codearse con la gente señoril
y pasarse la vida de gandul?
Pues vamos a atrapar una curul,
seré ministerial, seré servil,
con tal que ponga mano en los “tres mil”,
¡que me pongan a mí de oro y azul!
Esto dijo el pillastre de Manuel.
Se pronuncia, resulta general,
ayuda a Tuxtepec, triunfa con él,
y aquí me tiene usted a este animal
aún oliendo a cantina y a burdel,
diputado al congreso nacional.
GUANAJUATO
Durante este primer período presidencial de Díaz, en Guanajuato apareció uno de los personajes más queridos y recordados de que se tenga memoria en el pueblo y la región de Celaya: Valentín Mancera, cuya tumba, en forma de obelisco, se encuentra todavía en el panteón viejo de la ciudad, sin ninguna lápida especial que lo recuerde, pues sólo la tradición orla es la que nos cuenta que allí yacen los restos del legendario pionero opositor al régimen de la dictadura. Y uno tiene que recurrir al libro de los recuerdos, para saber que efectivamente bajo aquel obelisco hermoso se encuentra el polvo y el nombre de aguerrido combatiente, con un tenue letrero manuscrito con ladrillo en una de las caras de tan singular sepultura, pues el pueblo, a partir de 1916, al término de la Revolución que hizo pedazos toda forma de contumacia dictatorial, quiso que las generaciones venideras también lo recordaran en esta simple frase: Valentín Mancera, 1840 -1882.
Y quien sabe de dónde (quizá de la misma eternidad), como cascada de luces y de sombras, brotan las notas de una canción que dice:
LEYENDA DE VALENTÍN MANCERA
En el Bajío celayence, por el año del cuarenta,
ardió a la vida un varón, un hombre, toda una hoguera.
Desde niño tuvo el don de oír llorar a su tierra,
de escucharle sus pesares y comprenderle sus penas.
Fue campesino y fue pobre, fue peón y no tuvo escuela,
pero fue la mano fuerte de muchos en su tristeza.
Ay, qué verdes horizontes pintan de gozo la siembra,
Qué ricos son los que viven en el casco de la hacienda.
Así pensó Valentín, así dijo Mancera,
a los hombres que como él, sangrando la vida entregan.
Hasta que vino el momento, ay mezquites de la acequia,
pirules de Bordomocho y de San Juan de la Vega.
El momento en que partió, galopando en su leyenda,
a hacerse perro del mal, mordiendo rabia y cadena.
Los pobres de todas partes lo esperaban a la puerta
y él descargaba maíz y dinero y la promesa
de no dejar de luchar contra la alcurnia y su fuerza,
que era el gobierno de Díaz: ¡Hacedores de miseria!
Pero tuvo su final, como un héroe de epopeya,
una mujer le dio el tiro de gracia a su gran carrera,
traicionándolo a placer por unas cuántas monedas.
Ay, Sanjuana, ¿qué pasó? ¿Te bajaron las estrellas?
El hombre que tú entregaste era Valentín Mancera.
Ay, Sanjuana, ya no da más luz la llama guerrera,
los pobres de Guanajuato te llamaran ¡traicionera!
El año de ochenta y dos una tumba lo recuerda
y muchos vienen aquí a contemplar la cantera
que guarda bajo la noche su memoria que es eterna.
LA HISTORIA
Era este caudillo originario de San Juan de la Vega, comunidad ribereña del río Laja, ubicada a sólo diez kilómetros, hacia el noroeste de la cabecera municipal. Peón, como tantos, al servicio de crueles y despóticos amos, en su mayoría ibéricos o de origen hispano, cuyo desmedido poder, alimentado por la política represora de Porfirio Díaz Mori, abarcaba la vida y la muerte de todos los pobres nacidos y criados en las tierras de sus dominios. Los padres de familia, tras cumplir jornadas de hasta catorce horas de labores esclavizantes, regresaban a la humildad de sus hogares con los labios resecos y el sabor de la tristeza pudriéndoles el alma. Las esposas los esperaban, escuchando llorar a los numerosos hijos, de hambre o de dolor, por causa de la extrema miseria en que vivían o por alguna de las muchas enfermedades que desde el nacimiento los iban consumiendo.
Apenas se sentaban a descargar un poco, aquellos sufridos celayenses (igual que millones de mexicanos de esos tiempos) se le rendían al sueño. Y muchas veces, aún con el taco de frijoles (o únicamente de sal) en la boca, eran requeridos por el clarín de la hacienda para que de inmediato se presentaran a cumplir sus tres horas de vigilancia obligatoria alrededor de la Casa Grande, antes de tener permiso “completo” para estar con los suyos.
Tal situación fue el detonante para que rancheros valerosos estremecieran la paz porfiriana con el estallido justiciero de su coraje y decisión haciéndose perros del mal para los hacendados y las tropas que los protegían.
Este fue el caso de Valentín Mancera, quien, tras arrebatarle el fuerte a un potentado de nombre don Jesús Farfán, con el que aquél golpeaba inmisericordemente a un muchacho de la comunidad de los Galvanes, con el mismo instrumento de tortura le pegó hasta derribarlo del caballo y enseguida huyó hacia el silencioso caserío de San Juan, de donde más tarde partió acompañado por los cinco mozos de don Eusebio González, los cuales hasta la muerte le fueron leales y anduvieron con él en todas sus justicieras correrías.
DON EUSEBIO GONZÁLEZ
Los cinco mozos de don Eusebio González (esposo de la benefactora celayense doña Emeteria Valencia) se llamaban: Cipriano Méndez, Feliciano Albor, Bonifacio Núñez, Longinos Cuarenta y Cenobio Alcántara, eran como sus capataces o sus mayordomos, personas de confianza en las faenas y la administración de la finca “La Partida”, ya que él radicaba en la ciudad. En esta propiedad se vivía mejor que en otras haciendas, pero no dejaba de ser un lugar de humillación y desprecio para la gente oprimida. Quizá la generosa influencia de su mujer hacía que aquel hacendado fuese un poco más benigno o menos déspota con los hombres que, según frase de los tiempos “nacieron para ser hechos leña”.
Primero tuvieron que vagar de cerro en cerro, escondiéndose en las barrancas como los coyotes y las víboras, hasta que se hicieron de más gente, como ellos, para tomar la justicia en sus manos y recorrer los caminos y rancherías desde Celaya hasta el municipio de Acámbaro, de donde era originario Cipriano Méndez, robando a los ricos para socorrer a los pobres, pagándoles así a aquellos españoles que tan malamente los trataban.
Donde quiera que podían, Valentín y Cipriano, mientras sus huestes se dedicaban al saqueo y quema de papeles en las casas de los acaudalados, invitaban a los trabajadores a unirse al movimiento contra las leyes bárbaras de Porfirio Díaz, y no pocas fueron las comunidades que respondieron a su llamado, poniéndose a sus órdenes tras haber asistido a la incineración de los libros de raya, donde los crueles amos los tenían prisioneros para toda la vida.
Fue a partir de entonces que comenzó a cabalgar su leyenda. En los pueblos los esperaban con ansiedad, porque sabían que él, Valentín Mancera, les llevaría algún consuelo o noticia acerca de dónde y dónde más las tropas de la Acordada ya habían sido derrotadas por ellos, que representaban a todo un país en pie de lucha contra los abusos de la política imperante. El número de sus seguidores ya era enorme. En todas partes los respetaban y los querían, a sabiendas de que su inconformidad era contra el gobierno, al que, por otra parte, ya se le notaba las negras intenciones de prolongarse en la presidencia, tal lo relataban los anónimos:
Por bando nacional, ya promulgado,
sepa toda la gete
que el pueblo que está aquí representando
sacó de Presidente
al que en la presidencia está sentado
y seguirá sentado eternamente.
Mancera se había levantado en armas en 1878, y ya para 1881, durante el segundo período presidencial del dictador, la orden de muerte contra él había sido dada a través de Manuel Muñoz Ledo, gobernador de Guanajuato y gran amigo (como todos los gobernadores) del Presidente y de los gachupines.
EL PRECIO POR SU CABEZA
Trescientos pesos oro era el precio que se ofrecía por la cabeza del rebelde, y Dionisio Catálan, Jefe Político de Celaya y Comandante de Policía y Capitán de Caballería del Estado de Guanajuato desde el efímero período gubernamental de Manuel Leal, otro ferviente siervo de las elegancias porfiristas, no hallaba cómo quedar bien con el gobierno y con los terratenientes, la Iglesia rica y las elites que se sentían con el derecho de sentarse a la derecha de Dios a juzgar a los hombres. Catálan era español, como españoles eran varios de lo que le exigirían que cumpliera la orden presidencial. Se esmeraba en quedar bien con todos, pero principalmente en salvaguardar su futuro político, ya que las habilidades y relaciones de don Porfirio auguraban que el oaxaqueño permanecería muchos años más ante el timón del mando.
Algunos le decían que era inútil perseguirlo, porque aquel ranchero belicoso era el diablo en persona; otros le aconsejaban no ceder en su empeño, abrillantándole el ego al recordarle el agradecimiento de que sería objeto por parte del gobernador y del Presidente de la República.
Sin embargo, nadie sabía a ciencia cierta dónde se ocultaba: si en los cerros agustinos o en el de Jáuregui, si en las cañadas de la Gavia o en las estribaciones de la Sierra Madre de Michoacán. Las largas pausas de silencio que de repente se dejaban sentir en toda la región, hacían creer que Valentín Mancera ya había abandonado la lucha ni estaba muerto, sencillamente se retiraba a los montes a reorganizarse, en tanto que varios arrieros de sus cuadrillas y curas de su mayor confianza, repartían entre todos los pobres el fruto de sus vistas a las haciendas y graneros, tiendas y casas solariegas.
En realidad, él nunca abandonó Celaya, aunque con disfraces diferentes, por no ser reconocido por nadie, solía pasearse por sus calles y plazoletas, entraba a lo templos, se sentaba en el jardín, conversaba con amigos y sacerdotes que se mantenían al tanto de sus bienhechoras acciones. El resto de las personas no lo reconocían, excepto Sanjuana Márquez, la mujer a quien tanto amó. Ésta vivía en la calle de La Humildad, del barrio de San Juan de Dios, con su madre y una hermana de nombre María Virginia. En el fondo, las dos muchachas eran ambiciosas, pues, a pesar de que Valentín no las tenía desamparadas, apenas conocieron la cantidad que se ofrecía por aquella cabeza, urdieron una traición para quedase con los trescientos pesos oro y ganarse, además, el respeto, la admiración y el apoyo de las autoridades y las clases privilegiadas.
SU MUERTE
La mañana del 13 de marzo de 1882, por el rumbo de Chamacuero, las tropas federales tuvieron un fuerte y prolongado enfrentamiento contra los más de mil quinientos campesinos que formaban las fuerzas de Valentín Mancera, entre los que se encontraban varios curas y hasta algunos desertores de la Acordada.
En esta acción murieron cincuenta y nueve hombres de Dionisio Catalán, pero también allí perdió la vida, junto con otros doscientos, el segundo de Mancera: Cipriano Méndez, a quien los españoles de Acámbaro habían logrado del gobernador el permiso para ponerle también precio a su cabeza. Aunque el golpe fue muy duro, Valentín no se rindió ni en ésa ni en la otra batalla del viernes siguiente, en la que sucumbieron otros dos de sus lugartenientes. Por el contrario, convencido de que tarde o temprano las poblaciones de todo el país se sacudiría de encima el peso de semejante esclavitud, el domingo 19 de marzo decidió ir de nueva cuenta a Celaya para visitar a la mujer con quien pronto se casaría, según sus planes, y así terminar con los rumores de que se la pasaba entre concubinas y hombres de malos tratos. Sus padres lo bendijeron, el papá lo abrazó emocionado y con orgullo, la mamá no pudo contener el llanto, como si presintiera un triste fin para aquella vida azarosa y caminera. Pero él los tranquilizó, despidiéndose de ellos con palabras muy sentidas y de mucho respeto, asegurándoles que nada malo le iba a suceder.
Sin embargo, Virginia, apenas lo vio llegar al Eslabón de Oro, donde ellas trabajaban sirviendo copas y comida a los parroquianos, hizo como que salía a un mandado, sólo para correr a la comandancia a avisarle al Jefe Político y Comandante del Estado de Guanajuato. Dionisio Catalán Gachuz. Cuando éste, en compañía de su escolta y un piquete de dieciséis soldados acudió a al lugar, Sanjuana, siguiendo las instrucciones del propio Jefe, ya le había dado a Valentín una copa de ajenjo, curada con opio. Primero, el propio Catalán le disparó un balazo, pegándole en le brazo derecho, Valentín todavía pudo sacar su pistola y trató de defenderse pero los humores de la droga ya habían surtido sus efectos, impidiéndole evitar las lluvias de balas que trató de hacerlo polvo, cuando en realidad lo volvió inmortal en coplas, leyendas y películas como La feria de las flores, con Pedro infante, donde se relataba su historia.
De tal modo, el fusilamiento fue fácil e inmediato, a través de la ventana, como lo cuenta un corrido:
Luego llegó Catalán
a la casa de Sanjuana
y mandó darle balazos,
cual perro, de la ventana.
LA CALLE DE LA HUMILDAD
El asesinato ocurrió en la calle de la Humildad, del antiguo Barrio de san Juan de Dios, hoy segunda de la calle de Juárez o Sur de Juárez, cerca del templo de San Juan. Allí era la casa y el "negocio" de la familia Márquez, en el cual María Virginia y Sanjuana servían para todo, hasta para traicionar a un hombre valiente, quien sañaba en el amor y en un futuro mejor para su gente y su tierra.
Valentín nació en San Juan
y en San Juan de Dios murió,
y se nombraba Sanjuana
la infame que lo entregó
Continúa contadno el pueblo a través del anónimo corrido.
Pero aquellos balazos hicieron que toda la ciudadanía se movilizara hacia aquel barrio pobre, incluida la madre del alzado, a ver cómo los militares, aplaudidos por un nutrido grupo de prósperos comerciantes de habla castiza, se llevaban el cadáver par exhibirlo y retratarlo, de acuerdo a la costumbre impuesta dsde México, en la Plaza de San Francisco, donde aún no había "Bola del Agua", sólo flores y árboles que en las tardes de abril derramaban perfumes y le daban sombra al peón o a la afligida esposa, que iban a pedirle a la Virgen Inmaculada su amparo o su perdón.
Las dos mujeres jamás fueron llamadas a recibir la codiciad recompensa, ni ls admiraron los personajes de la alta sociedad, ni obruvieron el respeto de las autoridades. Nada de lo que ellas suponían y esperaban sucedió. No fueron reconocidas por nadie. Apenas lavaron aqella noble sangre derramada, el olvido se apoderó de sus personas. Y nadie supo ni sabe qué fue de ellas.
En cambio, manos anónimas señalaron con piedras blancas el lugar donde a la quinta noche sepultaron aquel cuerpo relleno de cal viva. Allí fueron a llorar sus padres, sus amigos, sus admiradores, mucha gente del pueblo. Se dijo misa, se guardó silencio para que nadie se quedara sin pensar en que desde aquel momento todo el país ya sabía de los afanes opositores a la dictadura de un sencillo hombre del campo, mucho antes de los pronunciamientos minero y cañero, respectivamente, de Cananea (1906)y Río Blanco (1907), que empujaron al estallido de la Revolución de 1910.
Algunos años después, a finales de 1890, alguien mandó erigir el actual monumen to al que conocemos con el nombre del Obelisco, pero sin ponerle lápida ni nombre alguno, cual si con esto se quisiera honrar y desafiar, al mismo tiempo, la memoria del pueblo, que jamás olvida a sus verdaderos héroes.

sábado, 15 de agosto de 2009

SAN JUAN DE LA VEGA

Comunidad de San Juan de la Vega (ordinariamente conocido como “San Juan”, como lo llamamos los que aquí habitamos), perteneciente a la ciudad de Celaya, Guanajuato en México. Tenemos la dicha de ser los principales productores de zanahoria, cereales y jícama de la región.
La tradición oral indica que la comunidad de San Juan de la Vega nace en 1558, pues existe una referencia de que su fundación fue aproximadamente 12 años anterior a la de Celaya (1570).
SUS FUNDADORES FUERON
Juan Aquino de la Vega acompañado de el conde Juan de Berrio.
OTROS QUE SE ATRIBULLEN LA FUNDACIÓN DE SAN JUAN DE LA VEGA
Nicolás de San Luis afirma haber participado en la fundación de San Juan de la Vega, como referencia el siguiente texto.
Como bien es sabido, la participación indígena a favor de la conquista de México, por parte de los españoles, fue de gran importancia. Ya que los peninsulares aprovecharon las rivalidades de los pueblos otomíes con los pueblos chichimecas. La alianza de otomíes y españoles data desde la llegada de Cortés. Consumada la conquista de México-Tenochtitlan, los otomíes fueron los primeros en señalar a los españoles las rutas que siguieron las expediciones hacia las tierras del Bajío guanajuatense, en la frontera sur de la Gran Chichimeca. La participación de los mismos fue también muy importante en la guerra Chichimeca, tanto por su valor, como por el conocimiento que tenían de la zona. Conín, nombre autóctono de quien una vez bautizado se llamaría Hernando de Tapia, jugó un papel muy importante en la conquista y colonización de la zona del Bajío: en el acta de fundación de Acámbaro señala: “...con este van tres pueblos que se han fundado. Lo primero fue el pueblo de Santiago de Querétaro y el pueblo de San Juan de Apaseo, y este pueblo, que se intitula el pueblo de San Francisco de Acámbaro...”. El mismo Hernando de Tapia, afirma haber fundado San Miguel, Xichú y Apaseo. Don Nicolás de San Luis Montañés, fue otro de los caciques que participaron en la conquista de la zona: según Fray Pablo Beaumont, Nicolás de San Luis afirmaba haber fundado entre otros San Luis de la Paz, Chamacuero, San Juan de la Vega, Celaya, Apaseo y San Bartolomé Aguas Calientes. Don Juan Bautista Valerio de la Cruz, fue otro de los caciques comisionados por los virreyes en 1553, 1574, Y 1583 para “hacer la guerra” en San Miguel, San Felipe, Celaya, entre otros y su importancia también fue considerable.
Al principio de la guerra, se permitió a los caciques aliados, montar a caballo y usar equipo militar completo. Posteriormente fueron generosamente recompensados por sus servicios; la Corona les concretó títulos, tierras y privilegios; el uso del “Don” fue una de esas prerrogativas concedidas.
GENERALIDADES
Hidrografía
La principal corriente hidrológica de San Juan de la Vega es el río Laja, el cual nace en el municipios de San Felipe, Dolores Hidalgo y Allende, penetra a través de Comonfort por el norte del municipio de Celaya y fluye por el centro de San Juan de la Vega, cruzándola longitudinalmente de norte a sur; de ahí sigue su cause hasta la ciudad de Celaya donde gira al poniente para desembocar en el río Lerma. Otra corriente hidrológica de la comunidad es un riachuelo que nace al este de la comunidad para ser exactos en la comunidad de Galvanes perteneciente a San Juan de la Vega; nace un una pequeña represa que se encuentra en la ya citada comunidad de los Galvanes y se une a el río Laja.
Orografía
Al norte colinda con el municipio de Comunfort con las comunidades de Soria, Empalme Escobedo y Guadalupe.
Al sur colinda con Jaureguí Teneria, San Miguel Octopan y San José de Mendoza.
Al este colinda con el cerro de la rosa, Jocoque, Galvanes y Capulines.
Al oeste colinda con San Isidro de la Concepción, Presa Blanca, San Nicolás de los Esquilos y Roque.
FECHAS IMPORTANTES EN LA COMUNIDAD
1558 Llegada de los primeros españoles.
1810 Paso de Miguel Hidalgo por San Juan de la Vega.
1813 Iturbide derrota a las tropas de los jefes revolucionarios.
1835 La parroquia se traslada de Celaya a Santa Cruz de Comonfort.
1912 Se ignagura la primera escuela en las calles de Francisco I. Madero y de Aldama.
1914 Se instala la luz eléctrica.
1931 Comienzó de la construcción de la parroquia.
1948 Primer medio de transporte.
1967 Comienza la organización de San Juan.
FIESTAS IMPORTANTES
La fiesta en honor a la Virgen de Guadalupe, esta fiesta es el día 20 de Enero; ya que no se celebra como se acostumbra en el resto del país el 12 de Diciembre.
La fiesta en honor a San Juan Bautista, se celebra el 24 de Junio como es la costumbre en el resto del mundo.
La fiesta en honor a la Virgen de la Soledad que es el 20 de Noviembre.
PERSONAJES DESTACADOS
Valentín Mancera. (Prerrevolucionario)
Atanasio García Delgado. (Prerrevolucionario)
Arcadio Elías Gómez. (Reconocido músico)
PATRIMONIO FERROCARRILERO
Registro INAH:
110070850004
Ubicación ferroviaria:
NB-0081
Línea:
NB
Ruta:
Ramal Acambaro-Escobedo
Ubicación:
Conocido Celaya, Guanajuato
La estación San Juan de la Vega se edificó sobre la línea troncal México-Laredo de Tamaulipas del antiguo Ferrocarril Nacional Mexicano, inaugurada en el año de 1888. La ley de 13 de septiembre de 1880, autorizó a la Compañía Constructora Nacional Mexicana para construir dos líneas de ferrocarril: una de México al Pacífico y otra de México a la frontera Norte. Al mismo tiempo concedió autorización a dicha compañía para que pudiera traspasar la concesión, con excepción de la línea del Pacífico, la cual podría traspasar solamente cuando estuviese concluida. En virtud de dicha autorización se constituyó la Compañía del Ferrocarril Nacional Mexicano con el fin de que atendiera a la explotación de las vías construidas con la excepción indicada, y rigiendosé por las estipulaciones contenidas en la expresada ley.

ASI ES COMO LUCE SAN JUAN DE LA VEGA

miércoles, 29 de julio de 2009

MARTES DE CARNAVAL

La fiesta de la fundación ó a San Juan de los Barrios, comúnmente llamado “San Juanito”. Esta fiesta también conocida como "Martes de carnaval", es una fiesta fuera de lo común; prueba de ello es el siguiente vídeo que me encontré por ahí vagabundeando por YouTube.



Cabe destacar que San Juan de los Barrios no es el mismo que San Juan Bautista puesto que se tiene una gran confusión en cuanto a esto. Ya que Juan Aquino de la Vega fundador de San Juan de la Vega prometió una fiesta cada año si le regresaba todo el oro que le habían robado.
El martes de carnaval es una representación de las batallas que se supone sostuvo Juan Aquino de la Vega. Dicha representación se caracteriza por utilizar petardos destinándolos con un marro; estos petardos son de elaboración casera y se elaboran de azufre y clorato.